martes, 25 de febrero de 2020

Febrero de desplazamientos: Wolverhampton

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Nada más acabar el partido en Sevilla, todo el espanyolismo empezó a pensar en Inglaterra. Era tanta el ansia de la pericada, eran tantas las ganas que tenía el aficionado perico de viajar por Europa, que a la mínima que se presentó un desplazamiento más o menos cercano, más o menos bien comunicado, y más o menos atractivo, arrasó.

El pasado miércoles 19 de febrero, a las 15:30h, me pasaba a recoger Xavi con su León. Yo iba a cumplir mi sexto desplazamiento europeo de la temporada, pero Xavi estaba frente a su debut, y la verdad es que lo veía eufórico. Fuimos al aeropuerto de El Prat y ahí, en la T2, nos reunimos con Félix, su hija Laura y Gonzalo.

Nos subimos al avión de Ryanair de las 18:05 con destino Stansted. Después de mirar opciones, horarios, combinaciones y precios, decidimos volar hacia las afueras de Londres y, ya ahí, alquilar un coche para ir hasta Wolverhampton. Pero vamos por partes: la primera anécdota del viaje (de aquellas que recordaremos largamente...) fue encontrarnos con un compañero de butacada un tanto estrafalario. Aquel hombre llevaba más tatuajes, piercings y metales varios que... yo qué sé. Y un pelo-pincho que hacía que no pudiera apoyar la cabeza en el respaldo del asiento. Hay maneras y maneras de ir por el mundo... qué sé yo.

Llegamos al aeropuerto de Stansted puntuales. Tras la larga cola previa a pasar por la aduana, un autobús nos llevó hasta el lugar donde teníamos la reserva del coche. Y ahí empezó otra aventura. Un servidor se subió por primera vez al volante de un coche inglés. Un Nissan Qasqai, para ser exactos. Éramos cinco, y el coche era amplio y nuevo; de hecho, lo estrenaba yo, marcaba tan solo 3 millas el cuentakilómetros.

Cogimos el coche y fuimos a un Mc Donald's muy cercano. Pero, lo dicho, fue todo una aventura. La sensación especialmente rara que tienes con el volante a la derecha, el cambio de marchas a la izquierda, conduciendo por el carril contrario al que estás acostumbrado... Con razón un autobús me pitó cuando entré en la primera rotonda. Si es que no sabía que tenía que mirar yo para ese lado...

Cenamos en el McDonald's y cogimos de nuevo el coche para hacer un par de millas más hasta nuestro alojamiento. Lo habíamos cogido muy cerca del aeropuerto ya a propósito.

Un hombre bastante peculiar nos recibió en lo que más que un hotel parecían unas casitas bstante sencillas. Nos enseñó nuestras tres viviendas particulares (la que compartíamos Xavi y yo, no apta para personas de más de 1,90m) y fue hora de visitar el primer pub.

Justo delante de donde dormiríamos había un pub que, cuando entramos, estaba vacío. Y, de hecho, siguió vacío cuando salimos. Echamos unas partidas al billar con unas cervezas en la mano. Fue una buena prueba de fuego para el día de mañana.

El jueves, ya día de partido, empezó a las 9h. Cogimos el coche y nos pusimos rumbo a Wolverhampton. Fueron cerca de tres horas de viaje, con parada para desayunar en un área de servicio, ratos de lluvia intensa, y algún tramo de retención.

Llegamos a la ciudad de Wolverhampton y fuimos directos al estadio. Pensamos que lo mejor sería aparcar ya cerca del Molineux Stadium y visitar la tienda oficial para que así no nos pillara el toro.

Y así lo hicimos. Aparcamos cerquita del estadio (mi faena me costó aparcar, de verdad) y fuimos directos a la tienda, donde nos encontramos con Mati. José Manuel Acosta, popularmente conocido como Mati, primer presidente de los Pericos de Montmeló, había llegado un día antes y se iba un día después. Y visitaba Birmingham y también Liverpool. Gracias a las redes sociales, te ibas dando cuenta de las locuras que hacía la gente para acudir a Wolverhampton. Combinaciones rocambolescas, diferentes medios de transporte, escalas... todo valía para estar en el sitio y a la hora fijada.

Compramos unas bufandas (con la sorpresa de que al pasar de 20 pounds te regalaban unos guantes); lástima que no tuvieran pines. Dejamos las compras en el coche y fuimos a ver la ciudad, al menos la de los alrededores del estadio.

Después de las primeras fotos con el Molineux de fondo, entramos en un pub en el que nos juntamos con conocidos de Félix. Con ellos fuimos también a comer a otro pub en el que tenían más variedad y, para alérgicos, tenían cosas especiales.

En el trayecto a este segundo pub nos dimos cuenta de que nos seguían. Un hombre, vestido de casual y con el típico gorro de pescador, nos iba siguiendo desde hacía un rato. Debía ver que éramos del Espanyol, y vete tú a saber qué buscaba. La cuestión es que, sin duda alguna, nos seguía. Incluso se hizo el despistado cuando entramos en el pub a comer y poco después entró él también, acompañado de otro de su misma estirpe. Estuvieron en la mesa de nuestro lado, tomando copas y mirándonos hasta que, supongo que aburridos, se fueron. No sé qué buscaban en un grupo de aficionados que, de ninguna manera, teníamos pinta de hooligans. Incluso íbamos con dos niñas...

El tema del pub para comer es algo también a resaltar. Qué discriminación tan bestia el hecho de que en día de partido la gran mayoría de pubs no dejen entrar en sus instalaciones a aficionados del equipo visitante. "Only local fans" decían carteles pegados en las puertas de los pubs. Y con el escudo de los Wolves, claro.

Nos costó faena que colara la milonga de que éramos aficionados locales. El camarero del pub nos freía a preguntas para que no nos quedáramos. Pero claro, le enseñamos una camiseta y una bufanda de los Lobos... y se dio por vencido.

Comimos bastante bien para estar en Inglaterra. Unos fingers de pollo, unas patatas fritas... y a andar un poco hasta dar con el tercer y definitivo pub: The Blue Brick Table. Allí estábamos citados los más de 1200 aficionados pericos. No eran ni las 16h y ya había espectación. Nos íbamos encontrando con amigos y conocidos. Guim y Maria de la Juvenil, gente de los Supporters England, de Sant Celoni... Y del club. Alberto Ariza, Antonio Guerra, Perico Domínguez...

Poco a poco fue llegando la muchedumbre. A rachas, llegó La Curva, también el charter oficial que fletó el club (en el que llegaron Araceli y Ton). Hasta más allá de las 18h, eso fue un río de gente cantando, animando, bebiendo... yo creo que ese pub hizo el agosto con nosotros.

Fue un rato muy agradable. Y eso que realmente hacía frío. Recordé mis años en esa Curva de Montjuïc, e incluso en las primeras temporadas de Cornellà.

Escoltados por la policía nos condujeron hasta el estadio. El ambiente era increíble. Y la policía y los steewards, al menos con los que coincidí, muy atentos y amigables. Nada de caras bordes y contestaciones absurdas.

Llegamos al estadio, pasamos por el típico torno inglés para gente delgada, y subimos escaleras hasta llegar a nuestra zona. La Upper Stand Cullis era nuestra grada. Desde ahí vivimos el partido. Félix y yo, ambos con seis de siete desplazamientos, nos hicimos la foto preguntándonos "Serà l'últim desplaçament europeu?"

La grada se llenó de blanquiazul. Y, quitando las butacas rotas y los cánticos absurdos de "Gibraltar español", salí del campo contento. Contento porque había podido vivir un encuentro europeo en Inglaterra, porque llegar ahí había significado pasar una aventura, porque habñia visitado un estadio más, porque habñia conseguido ampliar mi colección de bufandas, porque me lo había pasado genial durante la previa... incluso durante el partido. Y sí, palmamos 4-0. ¡4-0! Pero es que... qué queréis que os diga. Claro que me hubiese gustado ganar... ¿pero alguien duda de que el Wolves no es mejor que nosotros? El Espanyol aguantó bien hasta el 2-0, cuando se desmoronó. El Espanyol no supo aprovechar las pocas ocasiones que tuvo y el Wolverhampton, al contrario, tuvo 6 y metió 4. Pues ahí está. La efectividad te da el partido. Yo iba con la mentalidad de perder, no engaño a nadie. No esperaba que por cuatro goles, claro. Pero... mirad, que es lo que hay.

Salimos del estadio sin tener que estar retenidos. Nos despedimos antes de Mati, que se había ido sin que hubiese acabado el partido, cogimos el coche y nos pusimos rumbo a Stansted. Cogí de nuevo yo el volante hasta que el cansancio hizo mella. Paramos a cenar en un McDonald's (qué remedio... no encuentras nada abierto a ciertas horas) y entonces cogió Xavi el coche hasta el hotel.

Llenamos el depósito del coche para dejarlo listo para el día siguiente, que tendríamos que levantarnos temprano e ir al aeropuerto.

Y así lo hicimos. Después de dormir unas quatro horillas, devolvimos el coche y el autobús de línea nos llevó al aeropuerto. Pasamos también una larga cola de controles (no sé si el coronavirus tiene algo que ver) y desayunamos una vez ya dentro de la zona comercial. Aunque el viaje no podía acabar sin un pequeño susto... Pensábamos que estábamos cerca de la puerta de embarque, pero resulta que el tiempo se nos echó encima y teníamos que coger ¡un tren! para llegar hasta nuestra puerta, que era la 37.

Llegamos a la puerta cuando en el luminoso indicaba "Last call". Pero bueno, llegamos, y pudimos despegar puntuales a las 9:45h.

Aterrizamos en El Prat algo antes de las 13h (hora española, claro). Ahí nos despedimos de Félix, Laura y Gonzalo, y Xavi y yo cogimos su coche y fuimos de vuelta para Montmeló, donde me dejó a mí, antes de que él fuera hasta su casa, en Vic.

Acababa pues un gran desplazamiento al que no le había acompañado el resultado del partido. Sin embargo, en mi cabeza rondaba aquello que puse en un Twitt: Wolverhampton, una muy pero que muy buena experiencia. Con su vuelo, su conducción por la izquieda, sus pubs y su partido europeo. Y perdimos 4-0. Pero me dicen que hay que ir de nuevo mañana mismo, y ahí me tienen. Pues eso.

Ahora nos queda el partido de vuelta. Pasado mañana, el jueves día 27, el Wolverhampton visita el RCDE Stadium. Las habladurías dicen que viajarán 4.000 lobos a Barcelona. La pericada, después del resultado de la ida, y también de la posterior derrota en Pucela el pasado domingo, está de capa caída. Veremos a ver qué imagen da nuestro equipo, y nuestra afición. Porque si la andadura europea del Espanyol tiene que acabar en 1/16, que acabe aquí, pero que acabe de forma digna. Porque todos nos merecemos un final feliz.